Otra vez en détention, parada un pie junto al otro en la exacta mitad del patio, encima de la rejilla de hierro que cubre la alcantarilla. Un hilo de agua se desliza por la pendiente del suelo liso y cae en el hueco debajo de mis mocasines.
Es la tercera vez que luego del almuerzo feo, obligada a tragar el puré a cambio de evitar otra clase de penitencia, escapo por el pasillo de madera de barco y subo la escalerilla para visitar al esqueleto sujeto a la pared con tornillos. Los huesos pies colgando, teclean los dedos al menor viento como tic toc secos.
Siempre me demoro intentando ingresar mi cabeza al esqueleto por las costillas. Subida en una silla pruebo torcida entrar al tórax de ballena de ese hombre gigante. Lo imagino de carne con su pecho proa de barco.
Este colegio habita un edificio igual al de los déficient mental a quienes no hay que mirar, nos dicen, pero ellos trepan y de verja a verja nos saludamos. Chicos que saludan en algún lenguaje amigable. Mi colegio es en francés. Todo en francés y no hables el idioma de tu casa porque la vara puntero negro pica sobre tus dedos. O monsieur Delon te descubre riendo mientras cantamos solemnes el himno de Francia. Es que una rata camina en el cable de luz, hace equilibrio y se resbala, se ataja con los dedos rosados y es un número de circo para los más de cien que balbuceamos “A les enfants…” de esa patria, y Delon te sujeta de los tobillos, te levanta cabeza abajo. Te meás de arriba hacia el pelo, o vomitás la leche de la mañana.
Ese hombre esqueleto francés al que visito, que trajeron de allá como un Depardieu ya seco, es mi refugio. Allí dentro soy un hombre francés. La próxima vez, planifico, pienso en castellano silencioso para que no sumen más horas a mi detención de patio; la próxima alcanzo las clavículas y sobrepaso el esternón blando. Anido la cara en el hueco debajo del mentón prominente.
Entonces soy un hombre gigante y francés. Y ni Delon ni mi padre ni el puré amarillo se atreverán a entrañarme cómo lo hacen.
Sigo parada con los muslos pegados y las medias azules que se rozan en los tobillos. Entre los mocasines veo el hueco infinito oscuro que se hunde en la tierra cubierta por el patio duro. Ningún chico mira subido a la verja.
Algún élève me espía desde una u otra ventana de las aulas. Ven una nena rosada, la tela tableada y el cuello redondo blanco, las medias azules. No ven al gigante de huesos ásperos que llevo de armadura. Ahora el sol blanco de media altura comienza a darme frío.
Claudia Aboaf nació en Buenos Aires. Actualmente vive en Tigre. Creció junto a su abuelo y maestro Ulyses Petit de Murat, quién la inició en la lectura y escritura. Novelas: Medio Grado de Libertad (Altamira, 2003), Pichonas (Notanpüan, 2014), El rey del agua (Alfaguara, 2016). En 2019 saldrá El ojo y la Flor, su próxima novela, también por Alfaguara. Participó en antologías y colabora en revistas digitales de España y Argentina.