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Los tesoros robados
Gustavo Matías Bordón
El refugio Anterior Emboscada Siguiente

¡Piiiiiicoooooléeeeeee!, rita un gurisito en la calle, y rompe el silencio de la siesta veraniega. El asfalto se ondula rítmicamente en el horizonte e intenta en vano quemar sus pies descalzos y curtidos. De cuando en cuando, una brisa sacude las ramas del palo rosa que está cruzando la calle, y justifica la existencia del sudor.

¡Ay, Ximena! Si estuvieras acá. Me imagino tu respingada nariz fruncida de indignación y tus pómulos sonrosados: “Dicen que protegen las especies nativas, pero lo único que hacen es no talarlas. Mirá, decime si no. Qué va a estar protegido ese árbol enorme, solo, ahí en la vereda. ¿Y el resto de los árboles, los que estaban a su alrededor? ¿Te acordás, Víctor, cuando esto era todo monte y jugábamos a las escondidas ahí? ¿Te acordás que pisaste un avispero y tuvieron que ponerte como cinco inyecciones? Mamá nos prohibió volver a entrar al monte y a los tres días ya andábamos cazando chicharras sin que ella se entere. Y ahora, mirá. Puro cemento, y ese árbol solo ahí. Algún viento medio fuerte lo tumba seguro. Y encima después se preguntan por qué son cada vez más fuertes las tormentas. Estos políticos incompetentes, para lo único que sirven es para juntar plata. ¡Y encima no la comparten!”. Y me imagino tu risa, porque tenías esa capacidad de ponerle humor a las cosas serias sin que perdieran su seriedad.

¡Piiiiiicoooooooléeeeeee!, grita el gurí, esperando que alguien le conteste. Y el barrio sigue tan impasible como hace quince años. Debe estar como a dos cuadras. El colectivo, esa mole estruendosa que hace vibrar el barrio cada cuarenta y cinco minutos. Me acuerdo de esa tarde que te fuiste en el colectivo. Ya eras grande. Yo todavía no entendía muchas cosas. No es que ahora entienda todo, pero soy consciente de que mientras más entiendo, más tengo por entender.

Estaba enojado esa tarde, porque a vos te dejaban ir al boliche los sábados y a mí no me dejaron ir a la fiesta de cumpleaños de Geremías porque me había sacado un cinco en el examen de matemáticas. “Vamos a salir a correr con Marina, cociná algo rico, no vuelvo tarde”, le dijiste a mamá, y saliste de casa con tus ojazos marrones que brillaban, como el Paraná a la siesta, cuando sonreías. Me diste un beso y yo quise esquivarlo, pero me lo diste igual. Por suerte.

¡Piiiiiiiicoooooooléeeeeee!, grita el gurí. Ya está en la esquina. A ver si tengo algunos pesitos. ¿De qué sabor tenés? De frutilla, vainilla y crema del cielo. ¡Ay, Ximena! Si estuvieras acá. A vos te gustaban los de crema del cielo. No volviste tarde ese día. No volviste. A Marina la encontraron a un costado de la ruta. Pudo saltar de la camioneta pero no aguantó el golpe. El comisario dijo que para esa hora ya habrían cruzado el Paraná. El Paraná que brillaba a la siesta, como tus ojazos marrones cuando sonreías.

¡Piiiiiiiiicoooooooléeeeeee!, sigue gritando el gurí. Y el barrio sigue tan impasible como quince años atrás.

 

 

Gustavo Matías Bordónnació en 1990 en la Ciudad de Esquina, Corrientesy vive en Eldorado, Misiones, desde 1992. Es fotógrafo y estudiante del Profesorado de Lengua y Literatura del Instituto Superior Antonio Ruiz de Montoya.

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