Lo mira dormir entre sus brazos. Los pechos todavía están hinchados a pesar de las vendas, la leche empuja y moja la polera. Piensa si darle de mamar una sola vez romperá el pacto con doña Paula.
Llama a la moza, pide que le entibie la mamadera. La moza sonríe y pregunta cómo se llama el bebé. Titi, improvisa Juana. Recuerda otra vez a doña Paula y repasa las condiciones del acuerdo: sin teta, sin nombre.
Suena el celular. Juana lo busca en el bolso pero entre tantas cosas solo tantea la ropita, pañales, óleo calcáreo, y el teléfono que sigue sonando. Cierra los ojos para concentrarse y saca el móvil del bolso. Lo pone sobre la mesa. Es un mensaje de su madre, que le pregunta si ya le pagaron.
Titi se despierta. Comienza a acunarlo. Titi llora pidiendo la leche que ella no debe darle. La moza vuelve con la mamadera. Juana prueba de la tetina, le sonríe a la moza en señal de aprobación.
La señora de al lado mira la escena. Juana evita encontrarla con la mirada, teme que se de cuenta, que se le note el temblor que empieza a sentir en los labios.
Titi chupa y chupa como si supiese de su partida. La mira pero los ojitos se le van cerrando porque se va saciando. La leche comienza a escurrirse por la comisura de sus labios y se duerme. Juana le saca despacio la mamadera y la boca le queda abierta con la lengua blanquecina asomando.
Afuera llueve y es invierno. Los vidrios están empañados. Juana limpia con el codo en una parte de la ventana para ver.
La estación de Grand Bourg está desierta.
La señora de al lado tose y Titi se sobresalta, pero enseguida reanuda el sueño.
El celular vuelve a sonar, es el mismo número. Juana aplasta con fuerza su dedo contra un botón del teléfono, apaga el sonido, pero la llamada sigue ahí.
Llega alguien, parecido a la descripción que le dio doña Paula. Tiene los zapatos lustrados, algo mojados por la lluvia, un piloto negro y un paraguas al tono en la mano derecha. Se para en el centro del barsucho, rastrea con los ojos en busca de Juana. La reconoce y se acerca a la mesa. Se sienta. Corre despacio la silla desvencijada para no despertar a Titi. Apoya las llaves del auto y el celular en la mesa.
Se acerca la moza. Él pide un café con cognac pero, como no hay, lo acepta con caña Legui. Le pregunta a Juana si quiere algo. Juana niega con la cabeza.
Apenas la moza se aleja, él saca del bolsillo interior del piloto unos papeles.
El sonido de un celular interrumpe el inicio de la conversación. El hombre atiende y sostiene el aparato contra su oreja mientras no pierde la vista de los pliegos. Parece ser la esposa. Asiente con la cabeza varias veces. Corta y vuelve a dejar el teléfono sobre la mesa.
Vuelve a las hojas con Juana. Es fácil saber lo que no quiere dejar librado al azar, lo subraya con el dedo, clava los ojos en los de Juana. No le pregunta porque con esa mirada alcanza.
Saca de otro bolsillo un sobre y lo desliza sobre la mesa. Juana lo cubre con la mano y lo guarda en el bolso.
La moza se acerca y él aprovecha para pagarle.
Ambos se levantan y van hacia la salida. El hombre alza a Titi bajo la llovizna, se acerca a Juana y le dice algo al oído, le da una palmada suave en la espalda y con el envión se separa.
Juana comienza a caminar en sentido contrario. Se tapa la cabeza con la campera que lleva puesta. Los brazos le cuelgan raros, le duelen las axilas. Busca refugio debajo de un toldo de kiosco.
Tiene hambre. Busca en el bolso el sobre para comprarse un pancho y una Coca. La mano encuentra la ropita, los pañales, el óleo calcáreo y la mamadera.
Corina Materazzi estudió Historia en la UBA, Diseño en ISA, Artes plásticas con Milo Lockett, Ficción radial y Dramaturgia. Participó de varias antologías. Algunos de sus textos obtuvieron menciones destacadas en concursos. Voz en off es su primer libro de cuentos (Peces de Ciudad, 2016). Es redactora de la sección Arte de trenISOMNE, columnista de la Revista Qu, co- directora de Guka Revista. Como gestora cultural, organiza el Ciclo de lecturas “De amor locura y muerte”.